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Coaching, el arte del cambio en positivo

 

Todos tenemos revoluciones pendientes.

 

A casi todos nos gustaría mejorar en alguna o en varias facetas de nuestra vida; ser mejor padre o madre, estar más delgado, ser mejor pareja, leer más y ser más culto, ser más calmado y tener mejor carácter, comer más sano, mejorar laboralmente, vivir una vida mejor, ser más feliz…
Y todos, o la mayoría, hemos comprobado que en la práctica, el cambio no es sencillo; que no es lo mismo querer cambiar o mejorar que poder hacerlo.

 

Pero ¿Por qué es tan complicado el cambio? ¿Acaso la vida no es un camino de crecimiento, de cambio, de aprendizaje, de maduración? ¿Por qué la mayoría de personas pasa su vida sin apenas mejora, repitiendo una y otra vez los mismos errores (“es que yo soy así”)? ¿Por qué tropezamos una y otra vez con los mismos obstáculos, impotentes ante zancadillas que nos ponen o nos ponemos, o energías que no sabemos de dónde vienen y  que boicotean nuestros esfuerzos de llegar adonde queremos llegar, dejar atrás nuestras obsoletas formas de ser, esas formas que comprendemos heredadas o aprendidas y que nos amargan la vida?

 

Quieres ser mejor madre. Lees varios libros que te han recomendado, algunos buenos, otros regulares, pero te dan un conjunto de ideas interesantes que piensas aplicar diligentemente. Lo empiezas aplicar con mucha ilusión; pero te desilusionas rápido al ver que no son los mismos casos ni las mismas reacciones que en el libro. Aun así lo sigues intentando, pero te vuelves a desilusionar y lo vas dejando; y dices lo que dijo Gandhi de la cultura occidental “Sería una buena idea”, y ahí lo dejas.

 

Te ves en el espejo demasiado rellenita, y eso que mueves tus caderas a un lado y a otro buscando un ángulo que esconda esa tripita y ese trasero prominente. “Hay que ponerse a dieta, ¡uff, otra vez!, ya la cuarta del año”. Con muchísimo esfuerzo y con más hambre que “el perro de un ciego” (que dice mi madre), logras bajar tres kilos en dos semanas. Pero está esa boda inoportuna y claro, te relajas un poco, “no voy a hacer dieta en una boda”. Y los días siguientes, entre el viaje y el estrés del trabajo, en fin, que te relajas un poco más y, ¡hala! Has recuperado los tres perdidos y uno más, de propina. ¡Qué chascazo!

 

Quieres mejorar la relación con tu pareja, estáis pasando una mala racha, discutís por cualquier cosa y se nota menos cariño, más resentimiento. Preguntas, buscas consejo, planes románticos, sacas tiempo y esfuerzo de donde no lo tienes. Al fin, organizas una cena romántica en un restaurante un poco caro, pero, “¡que narices, un día es un día!”. Quieres que sea el principio de un cambio positivo en la pareja, un momento para recordar lo mucho que os queréis a pesar del desgaste de los años pasados. Todo parece ir bien, las velas, el camarero con pajarita que te sirve el vino, que por lo visto es muy bueno (el vino, no el camarero) aunque a ti lo único que puedes decir del vino es que te emborracha mucho. Y no sabes si es el vino, pero la cosa se tuerce, empiezan a aparecer los fantasmas, la cosa se calienta y empezáis a discutir; al final, una discusión más, eso sí, esta vez en un sitio super-romántico y super-caro, una discusión a todo lujo, se podría decir, y lo que iba a ser una reconciliación es una erosión de la pareja aún mayor. ¡Qué desastre!

 

Quieres ponerte en forma, te propones correr tres veces por semana. Llegas el primer día con la lengua colgando y dolor hasta en las pestañas. Decides esperar a que las agujetas se vayan, y luego hasta que te vuelvan las ganas. Dos semanas más tarde, después de posponerlo varias veces (por la lluvia, mucho calor, uff, qué cansancio, y si recibo una llamada importante?) sales por fin y volviendo en estado lamentable decides dejarlo para la primavera, “entonces, sí que sí, es que ahora no es el momento” te dices mientras buscas algo en la nevera para merendar (“qué pinta tiene esa tarta de queso…”). “Quien no se consuela es porque no quiere” (que dice mi madre).

 

Quieres dejar atrás ese carácter duro y agresivo que tienes. Siempre has tenido un carácter fuerte, pero parece que como el mal vino, se agria con los años. Te decides a cambiar, “esto no puede seguir así”. Te lees, incluso, un libro de autoayuda excelente “cambie su carácter en dos semanas” (excelente para calzar una mesa coja, por ejemplo). Ahí se afirma que tienes que esforzarte en ser más amable, en sonreír, en mirar más por los otros, y que “recibimos del universo lo que damos”. Te convences de que tienes y de que puedes cambiar. Empiezas a tratar mejor a los demás. Eso sí, te cuesta un esfuerzo titánico, te apetece gritar, pero sonríes, te apetece decir “¿pero es que eres tonto?” pero dices, contando hasta diez “vale, consideraré tu opinión”. Hasta que un día te quedas alucinado al verte reaccionando a una cosa sin importancia de forma exagerada y muy agresiva, diez veces peor que antes. “¿pero que me ha pasado?”, analizas y ves que puede ser que todo tu esfuerzo era reprimir tus emociones y cambiar, por la fuerza, acumulando tensión hasta explotar. Y es que “más vale maña que fuerza” que dice mi madre y eso que no es de Aragón.

 

El cambio no es sencillo porque no es algo para tomarse a la ligera. Por un lado quien quiera cambiar debe tener la fuerza o motivación para hacerlo, y más que tenerla, mantenerla, lo cual complica la cosa. Por otro lado, debe tener una “tecnología  teórica”, por así llamarlo, un “Cómo”, un camino que recorrer, pero un camino comprobado, eficaz, válido. Ocurre que normalmente no tenemos ni una ni la otra, solo algunas ganas de mejorar, pero mejorar sin el esfuerzo que conlleva el cambio, “queremos los peces sin  mojarnos el culo” (esto no lo dice mi madre, lo digo yo).

Y también sucede que aplicarse todo esto a sí mismo es aún más difícil, cuando se tiene una ayuda externa, sobre todo si esa ayuda es competente, la cosa cambia, entonces sí que sí, el cambio se acerca.

 

Y eso es el Coaching y el papel del Coach, facilitar ese cambio, con toda su extensa formación y toda su experiencia; siendo el copiloto, llevando el mapa, aunque quien conduce, por supuesto, es la propia persona que se decide, por fin, a cambiar en serio, a ser quien quiere ser, a cumplir sus sueños.

 

Servicio de Coaching

 

 

 

 

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