La semana pasada una sección del programa “La ventana” de la Cadena SER, concretamente la sección sobre libros, estuvo dedicada a un físico y estadístico, autor del libro “En defensa de la infelicidad” (interesante título…). En el resumen de la página web referente a esta sección, podemos leer:
La doble cara de los libros de autoayuda: "Si tu jefe te explota no tienes que hacer 'mindfulness', sino apuntarte a un sindicato"
En mi opinión, un titular muy significativo, y muy interesante de analizar.
Cuando el autor afirma que no es mindfulness lo que necesitamos sino apuntamos a un sindicato, parece sencillo llegar a la conclusión de que ambas cosas son contradictorias.
Parece que este autor piensa que practicar mindfulness es algo así como mirar hacia abajo y ser un mártir, aceptar que la vida es así, que si el jefe es terrible y te explota, pues entonces habrá que aguantar y poco más. El mindfulness, parece decirnos esta frase, nos hace débiles, conformistas, seres que lo último que van a hacer es apuntarse a un sindicato o reivindicar sus derechos, parece que el mindfulness los aleja del sindicato o de la protesta y los acerca al borreguismo y a bajar la mirada.
Esta es una idea que me he encontrado muchas veces. Recuerdo que en un enfrentamiento duro pero asertivo con una persona con alta psicopatía, ante mi rotunda firmeza, esta persona me acabó diciendo:
“Vaya un psicólogo, y tú eres experto en mindfulness, tú no sabes ni lo que es eso, qué vergüenza, ¿así es como enseñas mindfulness?, siendo un impresentable y un borde, desde luego en ti se cumple absolutamente eso de “consejos vendo que para mí no tengo”.
Una vez más y de forma intensa, observé esa idea tan difundida: meditar, practicar mindfulness, ser una persona espiritual es algo así como ser un buenazo, una persona que lo traga todo, que no se opone nunca a nada, que baja la cabeza y calla cuando otro, sea el que sea, habla o grita o dice lo que le viene en gana.
Practicar mindfulness es básicamente comulgar con ruedas de molino, porque, según esta idea, mindfulness es algo así como una religión cuyo principal mandamiento es: serás buen chico, buen chico, buen chico, buen chico, buen chico, buen chico y buen chico con todos, nunca te resistirás a nada, aceptarás a los otros sean como sean, y en todo caso y como mucho “pondrás la otra mejilla”.
Evidentemente yo considero estas ideas ignorantes y basadas en prejuicios. Desde mis varias décadas de práctica de Mindfulness y toda mi formación y experiencia en ello, considero el mindfulness justo lo contrario: el mindfulness es rebeldía, la más profunda, sabia eficaz e inteligente de las rebeldías, y los que la practican seriamente (no diez minutos al día sino un poco más…) no suelen ser corderitos ni “damas de beneficencia”(?). Es más, yo diría que es la única rebeldía posible y sensata. Hemos visto demasiadas revoluciones que no van a ninguna parte, pues cuando estas triunfan, si lo hacen, acaban habitualmente siendo un mutatis mutandis, “los mismos perros con distintos collares”. Los supuestos rebeldes que venían a cambiar las cosas y a cultivar una justicia social, acaban, más veces de las deseables, sucumbiendo al poder y a sus inmensas tentaciones y perdiendo cualquier tipo de ideal en el supuesto caso de que lo tuvieran previamente.
En mi opinión, sin profundidad y ecuanimidad es imposible. O en palabras del filósofo Krishnamurti: “de nada servirán las revoluciones sociales y culturales si primero no hay una revolución interior”, idea muy generalizada en las tradiciones espirituales, ¿cómo coño voy a limpiar algo si tengo las manos sucias?????
Yo digo que practicar mindfulness no es en grado alguno hacerse un buenazo, yo personalmente creo que los buenazos no son un buen modelo para nadie, he tratado muchos en terapia y a veces cuesta hacerles ver que con su buenismo (bondad sin cabeza) no van a ninguna parte, por muy buena fama o aceptación social que tengan, que solo van a desperdiciar su vida con esa tendencia suya a ser los mansos bueyes a los que se refería Miguel Hernández en su poema “vientos del pueblo”.
El mindfulness no es devenir a buenazo, justo al contrario, es una revolución, la revolución que tenemos pendiente, la única sensata y sabia, porque una persona se define básicamente por su cabeza, su profundidad y equilibrio mental (la vida son pensamientos, todo depende de los pensamientos- dijo Buda).
Sin este equilibrio, sin este autoconocimiento y profundidad, somos marionetas, o bien de la ingeniería social, que nos convierte en consumidores materialistas y vacíos, en adictos a algo (alcohol, compras, viajes, pastillas para dormir, ansiolíticos, sexo… la adicción siempre fue muy rentable para algunos) o nos convierte en desesperanzados pesimistas, o en esotéricos creyentes de nuevas y exóticas religiones que nos prometen bienaventuranzas en un futuro próximo (pero hoy no, mañññannna), como han concluido muchos críticos a las religiones tradicionales, que todo está mal pero que en otra vida todo estará bien, así que no pasa nada, sigamos explotados sin protestar.
O también podemos ser marionetas de nuestro propio desorden interno, de la propia entropía que conlleva la vida mental, en esa poderosísima herramienta llamada mente que acaba siendo la dueña de la casa (o la loca de la casa como decía Teresa de Ávila) cuando se abdica de su gestión, o terminamos siendo simplemente marionetas de esos impulsos básicos que sin gestión acaban construyendo una vida descerebrada (las cuatro F de la biología: feeding, flying, fighting y fucking – comida, huida, lucha y reproducción). Esos impulsos nos prometen una vida maravillosa y podemos comprobar tal vez, cuando ya no tiene solución, que lo único que nos dan son un breve minuto de gloria (el placer nunca da lo que promete, dijo el maestro budista Milarepa).
Desde luego estoy de acuerdo con este autor en considerar la literatura de autoayuda un negocio enorme y bastante lamentable, pero por otra parte es lo que podíamos esperar de nuestra cultura donde no hay nada que no pueda y deba convertirse en negocio, donde el poderoso caballero don dinero lo gobierna todo absolutamente y la “desesperación humana es el negocio del siglo XXI” como decía aquella frase. Y también estoy muy de acuerdo en que el popularizar el mindfulness como cualquier otra cosa lo pervierte en gran medida.
Un ejemplo muy claro de esto es la tendencia a “NO JUZGAR” que me he encontrado muchas veces en terapia. Pongámoslo en contexto: todos como hijos de nuestra cultura, la más superficial de toda la historia en mi modesta opinión, tenemos enraizada una visión común de la vida y no nos dividimos según nuestros principios éticos o visión vital (que tenemos introyectada profundamente), nos dividimos más bien en:
los que nos identificamos plenamente con esta cultura materialista y tecnológica y solo vemos las muchas cosas “extraordinarias” y espectaculares que esto nos da (obviando lo peor)
los que nos alejamos en alguna medida de esta forma de ver las cosas y somos más críticos y vemos tantas contradicciones y sufrimiento. El problema es que en muchas ocasiones este alejamiento es más superficial que otra cosa, a veces transita a pesimismo y/o nihilismo, a veces deviene a profundidad, pero muchas veces (no es fácil sacudirse la inmensa robotización a la que hemos estado y estamos expuestos) es una “espiritualidad” de bazar, de todo a un euro, de maquillaje, donde lo importante por supuesto no es lo que eres sino lo que pareces.
En esta “espiritualidad” de mercadillo, que no tiene de ello más que el nombre, solemos aceptar de forma acrítica cualquier cosa que parezca o nos haga parecer más espirituales. Nos creemos que ser espirituales es repetir hasta la saciedad palabras “sagradas” o llevar ropa que nos identifique como parte de esta tribu particular o también tomar al pie de la letra cualquier frase o “enseñanza” a la que accedamos.
Por ejemplo, el gran maestro Jon Kabat Zinn, impulsor del movimiento mindfulness en Occidente, nos propone 7 actitudes básicas para la práctica saludable del Mindfulness. Estas actitudes son: “no juzgar, paciencia, mente de principiante, confianza, no esforzarse, aceptación, dejar ir”. Dichas así, no significan mucho, puede ser cualquier cosa, precisan una explicación y el Dr. Kabat Zinn lo explica profusamente. Pero para ello hay que investigar, leer, ir más allá de la superficie, algo no muy congruente con nuestra cultura.
Lo más coherente con nuestra forma de ver las cosas es tomar las palabras al pie de la letra y repetirlas cual loro o sin ningún sentido común. Cuando Kabat Zinn habla de “no juzgar”, evidentemente no habla de pasar la vida evitando decantarnos por actitudes o comportamientos propios o ajenos, es de perogrullo que este hombre, este investigador y doctor en medicina, este luchador social que tiene en su cuerpo marcados los efectos de sus luchas ante las barbaries y las guerras injustas, este autor prolífico, este meditador incansable, este erudito, escritor y poeta, no suele decir tontás a menudo y esta no es una excepción. Desde luego que no se refiere a pasarse la vida sin tomar partido, observando como, por ejemplo, agreden a una mujer apartándose a un lado y diciendo” ojo, no hay que juzgar” o tampoco diciendo: “pobres nazis, solamente están defendiendo su derecho a odiar, excluir y maltratar a los que les molestan”. El clérigo y nobel de la paz sudafricano Desmond Tutú dijo: “si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor”.
Esta actitud de “no juzgar”, que según nos refiere Kabat Zinn, es ir comprendiendo y desactivando poco a poco a ese criticón, dictador que se llama en la terapia de aceptación y compromiso, esa mente de mono, llamada en el yoga, esa voz interior que continuamente está dando su opinión de forma compulsiva, que siempre califica todo lo que ve: “me gusta, no me gusta, no me gusta, me gusta, me vale, no me vale, esto es idiota, esto es bueno, esto es malo, esto me gusta, esto no me gusta…”
He encontrado muchas personas en mi labor profesional con esta máxima en su vida: “no juzgar”, pero no al modo sensato que propone Kabat Zinn, sino al modo radical y sinsentido de que da igual lo que haga quien lo haga, no se puede juzgar nunca, demostrando una rigidez cognitiva que tiene un autista o un Asperger o un perfeccionista y que es una de las causas mayores de la patología.
En realidad, juzgar es una defensa psicológica, si nos prohibimos hacerlo por defecto, nos quitamos esa defensa y nos encaminamos a una vida indefensa en la que lo pasaremos muy mal, es como si alguien te dice que, pase lo que pase, nunca te defiendas, aunque te peguen, aunque te insulten, aunque te persigan, tú agacha la cabeza y déjate hacer.
No juzgar como máxima absoluta, es una barbaridad, pero así es entendida por muchos en esta “espiritualidad anti espiritual”, pues me resulta inconcebible una espiritualidad que te haga más sumiso y apegado patológicamente a dogmas y menos capaz de pensar y decidir por ti mismo desde unos valores.
Puede que este autor se refiera a eso, a esa subcultura de “pseudoespiritualidad” en la que vivimos y que puede llevar a alguien a aceptar una injusticia en base a unos dogmas o ideas que ha captado y llevado a un extremo ridículo. Entonces sería más preciso y justo decir: “no precisamos un no juzgar o una aceptación de la explotación acrítica, sino una protesta y sensata pero contundente”. Porque decir que el mindfulness es lo contrario a defender los derechos es decir que, porque un inglés la liara en Magaluz, todos los ingleses son unos bárbaros, es una burrada.
Una actitud muy limitada, y hasta diría troglodita, es decir que solo lo externo importa; en terapia oigo mucho la opinión: ”sé que como psicólogo no vas a poder hacer nada por mí más que escucharme, pero vengo simplemente a desahogarme”, a lo que yo suelo responder “es tu sesión, tú la pagas, si vienes a desahogarte yo te escucharé encantando sin abrir si quiera la boca, pues es tu decisión, pero también te digo lo siguiente: como psicólogo no voy a ir a tu jefe, si tienes un problema con él, y hacerle entrar en razón; si tienes un problema con tu pareja, tampoco voy a ir para arreglar tu relación; si tienes un problema de dinero, no voy a darte dinero, más bien al revés, te voy a cobrar, es decir, no voy a arreglar directamente tus problemas porque, ten en cuenta que tampoco soy tu padre y la actitud paternalista es los más insano del mundo, ahora bien, si tienes un problema con tu jefe te ayudaré a reflexionar como gestionarlo, si estás siendo explotado, te daré el apoyo y la ayuda para que reclames y dejes de serlo, si tienes problemas con tu dinero, iremos a lo profundo de cómo y por qué se te escapa el dinero, si tienes una adicción, investigaremos qué te lleva a ella, es decir, iremos a la raíz de los problemas y con un poco de suerte los irás, tal vez con mi modesta ayuda, gestionando y solucionando”. Desde una cultura tan superficial, esto que vería un niño pero no un adulto, como decía el poeta Schiller, puede a veces pasar desapercibido.
Desde luego que el mindfulness no irá por ti al sindicato ni ganará un juicio si eres despedido de forma injusta, y no se enfrentará a tu jefe ni le dirá que ya está bien de explotación, pero desde luego NO te invitará a ser una ovejita, justo al revés, mejorará tu autoestima, tu capacidad para enfrentarte a los problemas, esa ansiedad o timidez que te impide en momentos concretos decir ¡aquí estoy yo!, aclarar tus ideas para si “el enemigo está fuera” como a veces pasa, no lo esté también dentro. En ese sentido, creo rotundamente que el mindfulness no es la elección que nos aleje de ir al sindicato o reclamar los derechos, es realmente acercarse al equilibrio, a la justicia, a la autoestima, a la salud para que uno sepa defenderse. Por tanto, estos comentarios y titulares me parecen absolutamente irracionales y expresados desde una postura muy poco sensata. En Alcohólicos Anónimos tienen su famosa oración, extraída de un poema, que es exactamente lo que nos prometerá el mindfulness: “que se me conceda la serenidad para aceptar lo que no podemos cambiar (no puedo cambiar muchas cosas, no pelearé contra el viento, mindfulness me ayudará a aceptarlo), valor para cambiar lo puedo cambiar (muchas más cosas de las que no puedo cambiar sí las puedo cambiar, pero si dejo de huir, de evitar, de hacerme caquita encima cada vez que pienso en acercarme a ellas) y sabiduría para diferenciarlas (qué importante, la claridad que nos aporta el mindfulness y que nos permite hacer y abstenernos de hacer, desde la sensatez o ecuanimidad).
José Bravo
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